Victoria Casallas y un político sin memoria
Resulta profundamente irónico ver al exdirector de un partido parapolítico manifestar que “le asustan aquellos que tienen relación con las armas” y que, en medio de sus críticas al gobierno de Juvenal Díaz Mateus, pida garantías de seguridad para el debate… cuando fue precisamente bajo su dirección —como lo reconoció ante la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia— que se legitimaron pactos con estructuras armadas y se repartieron avales con olor a pólvora mientras los fusiles hacían campaña.
Increíble que hoy pose de víctima, quien ayer hizo parte de la consolidación política del poder armado en Colombia. Lo que realmente asusta no es un general en uso de buen retiro, sino el sinvergüenza que olvida su pasado y pretende dictar lecciones de ética desde el lodo del oportunismo.
Este es uno de los personajes que manchó las banderas de nuestro departamento con sus acciones, sus alianzas y sus silencios, los mismos que lo condenaron al ostracismo hasta que encontró la manera de utilizar a su hijo para volver al poder, junto a los mismos con los que pactó antes: políticos reciclados y contratistas investigados.
No volvió por mérito, volvió por atajo. Y como no puede figurar por sí mismo, de tumbo en tumbo va encontrando al títere que mejor le convenga para seguir en la silla que más le gusta: la de las sombras, la hipocresía y la conveniencia.
Y es que este mismo individuo, quien hoy se abriga con las banderas del petrismo, de la misma manera que lo hace la marioneta que tiene en la cámara de representantes, manifestó en el 2018 que la mejor elección era votar por Iván Duque, que Álvaro Uribe Vélez era el más grande de la transición del siglo, que Martha Lucía Ramírez era lo más pertinente para la paz en Colombia y que José Alfredo Ramos era un hombre competitivo por su experiencia. Sí, el mismo Ramos al que Petro, en ese mismo 2018, tildó de parapolítico vinculado al narcotráfico y responsable de alianzas con genocidas.
Ante esta decadencia se tienen que enfrentar hoy los funcionarios del gobierno departamental, y muy especialmente la señora Victoria Casallas, esposa del gobernador, a quien ya apuntaló como objeto de sus ataques. Una actitud normalizada dentro del grupo de sus áulicos políticos, donde uno de ellos ya afronta cargos por acoso sexual y usar términos irrespetuosos y ultrajantes contra una funcionaria que nunca recibió apoyo por parte de él ni de su hijo, quien era el alcalde en su momento.
El ataque contra la esposa del gobernador no es una crítica política: es un intento burdo y clasista de desacreditar a una mujer que, a diferencia de él, no necesita pactar con estructuras armadas criminales para servir a la comunidad. Le llaman “Totoya”, sí, y es con ese nombre que hoy es símbolo de cercanía y de trabajo con los más vulnerables.
No necesita que la defiendan; pero cuando alguien con un pasado parapolítico, corrupto y delincuencial, intenta reducirla a un apodo, lo mínimo que se puede hacer es poner las cosas en orden.