Gustavo Petro y su pobre farsa comunera

hace 18 días   •   2 min de lectura

Por Óscar Jahir

Gustavo Petro, en otra de sus absurdas alucinaciones, debe estar visualizando su llegada a Bucaramanga montado en un caballo blanco, procedente desde Barbosa, para convocar a todos los colombianos a eso que él mismo ha llamado “el preludio de la revolución”.

Pero lo que en realidad anuncia es la confirmación de que su famoso cambio ni siquiera ha comenzado. Convocó a una marcha sin fecha y sin ruta, obedeciendo más a sus constantes desfases mentales que a una acción de gobierno. Y lo hizo a través de un trino mesiánico, que no solo dejó al descubierto su delirio ególatra, sino también su ignorancia sobre la historia de Santander.

Esta es una región que solo conoció encerrado en un cuarto de mala muerte en Girón, escondiéndose de las autoridades bajo el alias de “Andrés”, mientras organizaba las actividades criminales del M-19. Nada ha cambiado mucho desde entonces.

Por eso, ahora pretende que la ciudad entera se arrodille ante su llamado, cuando lo único que le ha dado a esta tierra es veneno y una recua de bandidos en el hospital de Barrancabermeja, que se han dedicado a robar a sus anchas bajo la sombra del poder.

Pero lo que convoca no es al pueblo: convoca a sus aduladores. A esos petristas que bailan en los parques de la ciudad al son de banderas criminales, que levantan cartelitos con discursos reciclados mientras la ciudad real —la que madruga, trabaja y sobrevive— los observa con desprecio y pesar. Y uno de esos es el concejal de Bucaramanga, Jorge Flórez. Héroe autoproclamado del Pacto Histórico, agitador profesional que ya mostró su verdadera cara defendiendo a los delincuentes de primera línea que incendiaron bancos y negocios durante el paro.

Un concejal con un desempeño tan teatral como vacío, que no tendría reparo alguno en subirse a la tarima aunque le pongan al mismo “Pichi” al lado, con tal de exaltar a la manada ideológica sacada de una sociedad anestesiada por la ignorancia. Petro, fiel a su manía de instrumentalizar la historia, usó en su convocatoria los nombres de José Antonio Galán, Manuela Beltrán, Carlos Toledo Plata y —en una joya del disparate— una tal “Manuela Santos”, que seguramente confundió, por efecto de un café cargado, con María Antonia Santos.

Pero si pudiera escuchar a los que invoca, la respuesta sería devastadora. Galán, que luchó contra el abuso del poder, sentiría repulsión por un presidente que hoy lo ostenta y lo explota como símbolo vacío. Manuela no aplaudiría reformas improvisadas ni impuestos disfrazados. Toledo, convencido de la transformación ética y coherente a través del ejemplo, lo cuestionaría por rodearse de burócratas y falsos pastores ignorantes.

Y Antonia Santos… simplemente no permitiría que su legado se usara como escudo de una revolución sin pueblo. Santander no es petrista. Por eso sentimos tanta vergüenza con lo que hacen Fabián Díaz Plata, Danovis Lozano y Álvaro Rueda, entre otros, entregándose de lleno a la destrucción del país.

Aquí Petro no es bienvenido. Y nunca lo será.

Corre la voz